lunes, abril 30, 2007

Tierra

La moneda cayó en el tarro del mendigo. Hace un día que no comía y la moneda depositada por esa mano anónima, era su pan. El panadero no abría al mediodía. Sin embargo, hizo una excepción por aquel hombre que se caía en los huesos. Abrió la puerta de su humilde local y le vendió el par de marraquetas más frescas que le quedaban. El pordiosero se sentó al instante a comer, el panadero encendió la televisión y juntos vieron las noticias de los conflictos internacionales y de la posible 3ra guerra mundial. Para el mendigo, aquellas imágenes eran algo tan lejano y tan ajeno, que no podían ingresar a su cuerpo, al mismo tiempo con el pan.

El panadero se encontraba temprano en la mañana haciendo su trabajo. Se había levantado con un ligero sentimiento de culpa a causa de haber soñado que asesinaban al mendigo que había venido el día anterior al mediodía. No lograba interpretar aquel sentimiento, ya que, él no figuraba dentro del sueño, era un simple observador. Al fin pensó: “quizás me siento así porque no debí haberle cobrado por dos míseros panes a ese pobre hombre” de todos modos se le fue pasando la culpa a medida que la mañana avanzaba. Abrió la panadería a las 8:00 y una señora ya se encontraba esperando para comprar el pan de su desayuno.
- Buenos días señora ¿Qué va a querer?
- unas 5 hallullas, déme las más calientitas.
El hombre ejecutó el pedido y le entregó la bolsa, la señora pagó con un billete y el panadero le dio el cambio en sencillo.
- Hasta luego señora, que lo disfrute.
- hasta luego – dijo ella.

La mujer tenía unos 50 años y se dirigía a preparar el desayuno a su casa. Era madre de dos hijos, uno de ellos, universitario. Se había esforzado toda la vida y había logrado pagarles sus estudios. Se sentía orgullosa de ambos, porque sabía que eran jóvenes sanos, responsables y estudiosos y que nunca la defraudarían.

Se encontraba cocinando unos huevos, cuando el mayor de los dos le dijo:
- ¿cuánto falta vieja? Estoy atrasado.
- poco mijito, ya va a estar listo.
La mujer terminó su labor, sirvió el desayuno y sus dos hijos comieron, luego procedió a entregarle el vuelto del pan a su hijo mayor, el universitario.
- tome, esto es para la micro –dijo la señora-
- estas monedas no me alcanzan para sobrevivir el día – dijo el hijo, prepotente.
La mujer con algo de culpabilidad le entregó un billete al joven, y fue a despedir a sus hijos en la puerta.

El joven se fue en el metro; malhumorado como siempre lo estaba cuando se sentía ansioso. Se bajó en la estación de su facultad y entró en el recinto universitario para empezar otro día de clases. Aunque más que estar concentrado, pasó toda la jornada pensando en los pormenores, detalles y riesgos que podrían traer la compra que iba a efectuar aquella tarde. De momentos hacía esfuerzos para concentrarse en lo que decía el profesor, ya que tenía exámenes la próxima semana y estaba a punto de reprobar un ramo. Al fin, terminaron las clases y el joven se dirigió de inmediato al punto de encuentro pactado. Llegó al lugar y estuvo esperando ansiosamente durante media hora. Se distrajo un rato ojeando la portada de unos diarios, que no hablaban más que del conflicto internacional, el cual iba poniendo cada vez más tensa la atmósfera mundial. De pronto, vio al hombre acercándose a paso lento directo hacia él.
- no hay mucho tiempo – dijo el hombre-
- déjame verla antes.
El hombre sacó un paquete, el cual abrió durante unos pocos segundos para mostrárselo al joven.
- 400 gm de cocaína de alta pureza
El muchacho procedió a pagar, pasándole un contundente fajo de billetes al hombre.
- aquí falta dinero – dijo el narcotraficante –
- ok, ok.
El joven se revisó los bolsillos y encontró las monedas que le había pasado su madre en la mañana.
- ahí está, exacto.
El narco se fue sin despedirse, era un hombre de cosas rápidas y los formalismos no le gustaban para nada.

Se fue caminando a paso rápido y llegó en diez minutos a la oficina en la cual trabajaba con su socio. Abrió la puerta y se encontró con una pistola apuntándole a la cara.
- ah… eras tú – dijo el socio –
- pero qué pasa hombre ¿por qué tan preocupado?
- hay malas noticias… la policía se enteró de nuestra ubicación. Tenemos que irnos ¿vendiste los 400?
- sí, tengo el dinero en mi maletín
- bien, pásalo a una mochila, hay que partir de inmediato.
El socio le pasó una mochila en la cual echó todo el dinero de la reciente venta. De pronto se escucharon ruidos afuera, los policías comenzaron a gritarles que se rindieran por las buenas, al no recibir éstos, respuesta, procedieron a romper la chapa y en cuanto entraron, el narco les disparó a todos los policías que se encontraban en el lugar.
- ¡vamos, salgamos por atrás! – le dijo el socio.
Salieron corriendo mientras oían como se avecindaban más policías, abrieron una puerta escondida que daba a un callejón al otro lado, donde tenían estacionado el auto. Se subieron y partieron a toda velocidad, al salir del callejón se encontraron con más policías esperándolos, los cuales comenzaron a disparar. Uno de los disparos impactó en el cuello de su socio, el cual gritó unos segundos mientras la sangre le salía a chorros de la perforación hecha por la bala.

El hombre, al ver a su socio muerto condujo como un desquiciado, para escaparse de la ciudad y tomar la carretera. La policía, curiosamente, se demoró mucho en iniciar la persecución automovilística. Esto le sirvió para tomar mucha distancia de ventaja de los uniformados.

Llevaba manejando 45 minutos y después de la agitada escapatoria que había realizado tres cuartos de hora atrás, su cerebro comenzaba a trabajar con más tranquilidad, en eso comprendió el obvio plan de la policía: “estos imbéciles van a encerrarme con patrullas que vienen de la otra ciudad por la carretera” pensó. “¡qué hago, estoy perdido!” de pronto se le ocurrió una idea cuando cruzaba el puente de un río, detuvo el auto en seco y comenzó a rajar tranquilo y casi parsimoniosamente la alfombra del auto, sacó una camisa limpia del maletero y empujó el auto por una parte del puente donde no había baranda. El auto cayó al caudaloso río con el cadáver de su socio adentro. Ya había anochecido, y el hombre estaba decidido de lo que iba a hacer; cruzó el alambrado del terreno silvestre colindante a la carretera y caminó por el campo a paso rápido casi toda la noche, dirigiéndose al cerro que estaba a unos 10 kms. Cuando llegó a las faldas y se encontró con unos arbustos que lo podían esconder y cobijar, tendió la alfombra del auto en el suelo y se puso a dormir.

Estuvo cerca de un mes y medio escondido en el cerro, alimentándose de conejos que cazaba y bebiendo agua del río, su barba y su pelo habían crecido bastante y estaba tan desastrado que no se le podía reconocer fácilmente. Fue entonces, cuando decidió que ya era momento de volver a la ciudad. “la policía ya no me debe estar buscando tan exhaustivamente, y si lo hacen, debe ser en otras ciudades” pensó. Llegó caminando a la carretera y comenzó a hacer dedo a los automóviles que pasaban. Uno de ellos paró, era una familia con dos hijos pequeños.
- muchas gracias señor – dijo el narco –
- no hay porque, cuéntame que haces ¿andabas mochileando?
- sí, anduve un par de meses, ahora vuelvo a la ciudad.
- extraño tiempo para mochilear, con los conflictos internacionales todos andan preocupados de cuidarse de alguna repercusión que pueda tener la guerra para el país.
El diálogo que aconteció, le sirvió al narco para informarse que la diplomacia internacional era cada vez más dura y aunque si bien el país no se veía involucrado bélicamente en la guerra, los medios nacionales decían que el conflicto podría afectar de múltiples formas a la nación. Esto le provocó al narco algo de alegría, pensó que nadie iba a estar preocupado de su caso.

Y efectivamente, al entrar en la ciudad se dio cuenta de la ajetreada atmósfera, todo el mundo estaba en las calles haciendo trámites y nadie se detenía ni si quiera a mirarlo.
El hombre caminó al lugar más cercano donde comer y se sentó. Era un pequeño restaurante, en donde empleados de oficina almorzaban diariamente. Un garzón se le acercó para atenderlo.
- ¿qué va a pedir? – preguntó el mesero –
- un biffe con arroz y una cerveza.
Le trajeron su pedido y devoró el plato vorazmente, le llevaron la cuenta y pagó con el dinero de la última venta que hizo antes de su fuga, buscó las monedas que le dio el joven comprador y se las dejó en la mesa al garzón. El hombre se retiró a rehacer su vida de alguna forma. Al salir del local, el mesero que le había atendido procedió a limpiar la mesa en la que el hombre había comido; mientras reflexionaba sobre lo extraño que era aquel comensal “¿cómo aquel señor traía tanto dinero en su mochila, teniendo el aspecto de un mendigo?” Se preguntó. - bueno, da igual…– dijo al instante en voz baja. Aquel hombrecillo de 28 años estaba acostumbrado a desvalorar y desechar rápidamente las ideas que lo sacaban de su rutina. Ésta también la rechazó, por ser de ese tipo de interrogantes que podían llevarlo a pensar y a conjeturar más de lo común. Siguiendo con su rutina, se echó al bolsillo la propina, terminó su jornada y se marcho a casa….

La guerra está a punto de estallar, las potencias mundiales han cesado la diplomacia y cualquier altercado puede significar el inicio del conflicto armado. Las armas y la tecnología militar actual son tan mortíferas, que los científicos dicen que esta guerra en un año, podría destruir a la especie huma….

El hombrecillo apagó la radio programada como despertador, y se propuso ir a misa. En el camino se fue pensando en las palabras que lo habían puesto en vigilia:… “esta guerra en un año podría destruir a la especie humana”. En un año – resonaba en su cabeza – en un año. Una vez más, el hombrecillo acostumbrado a desvalorar las ideas que lo sacaran de su rutina. – Se dijo – ¿qué tipo de armas y tecnología bélica, hay en el mundo, para que en un año desaparezca la humanidad?... ¿¡en un año desaparezca la humanidad!?... no, no lo creo, los científicos se deben equivocar, es imposible que perezca absolutamente toda la humanidad; nuestro país no está involucrado en el conflicto y además estamos muy lejos geográficamente… Su mente se neutralizo, en parte por la desvalorización que había hecho, y en parte porque estaba entrando a la iglesia. Aquel hombrecillo habrá reflexionado unas cinco o seis veces en lo que le quedaba de vida.

En toda la misa, su mente se mantuvo neutra, tanto así, que lo único que escuchaba en su cabeza, era un hit radial, de estos que se quedan sonando y sonando odiosamente durante un tiempo, sin poder dejar de tararearlo mentalmente; interrumpido por sentimientos de culpabilidad, provocados por la solemne atmósfera de la iglesia. En el momento en que le acercaban la canastilla para las donaciones, entregó unas monedas de la propina del día anterior.

El cura comenzaba a dar su sermón, cuando un hombre que trabajaba en la parroquia se le acercó para darle una noticia al oído. El religioso se mantuvo un largo rato en un silencio que incomodó a los feligreses, iniciándose un cuchicheo entre éstos. En medio de aquel rumor sordo, una mujer contestó su celular, recibiendo la información que acabaría con la incertidumbre, mas no así con la tensión ansiosa que se acumulaba en todo rincón de la iglesia: ¡comenzó la guerra! – gritó trémulamente - y el cuchicheo se convirtió en una conversación caótica, tanto así, que cuando el cura se paró en posición de hablar, fue necesario que los de adelante pidieran silencio para que el resto prestara atención a lo que aquel ridículo sacerdote, iba a decirles. La multitud, aún más ridícula, comenzó a observar atentamente al religioso; con la pueril expresión de esperar una respuesta consoladora de parte de este, y en contradicción a lo espectado, las palabras que pronunció, en vez de proclamar algún alivio divino, llevaron el caos apocalíptico que afuera de la iglesia ya se desarrollaba.
- acaba de estallar la tercera guerra mundial… y por razones de un pacto secreto que el gobierno mantuvo sin informar, nuestro país se encuentra involucrado bélicamente en la guerra.

Hubo una mezcla de gritos, silencios fúnebres, conversaciones airadas, conversaciones con llanto, hombres tratando de hablarle a la multitud, que en la reberverancia de la iglesia sonaron como un cluster del réquiem de Ligeti. Hasta que se escuchó el primer estallido y toda la tensión acumulada en la música de aquel recinto, resolvió en una estampida de gente corriendo por su vida, sumándose al paisaje dantesco que sucedía en la calle. El cura, solo en la iglesia, agarró el canasto de las donaciones y salió caminando parsimoniosa y diligentemente por la puerta principal. Se dirigió al hogar que dependía de su parroquia y repartió el dinero entre los mendigos que ahí se encontraban. Luego se disparó en los sesos con un arma que guardaba en la sotana. Uno de los pordioseros, cayó en una especie de trance por lo sucedido. Salió a la calle con su moneda en la mano y caminó a pasos cortos en medio del alboroto callejero, procediendo a sentarse en una pileta al frente del hogar, observando con los ojos en ninguna parte, aquel escenario espectral. Ese hombre no era cualquier pordiosero, hace un mes y 18 días había aparecido en el sueño de un panadero…

El puñal cayó en el pecho del mendigo. Aquel limosnero había vivido gratis toda su vida, y el puñal depositado por esa mano anónima, era el cobro rencoroso (sin embargo inútil) de su vida mantenida por el sistema. La moneda que se encontraba en su mano voló por el aire, y en una fracción de segundo se produjo una imagen que fue captada por un solo hombre, un solo hombre pudo captar aquel cuadro magnífico del final y último respiro de la metafísica: la carne siendo destrozada por el puñal anónimo, la moneda cayendo en fusión con el cielo, y atrás, en el fondo, un caos de carnes corriendo y retorciéndose en búsqueda de una solución a su inminente muerte. Las carnes más celestiales se fueron a enrolar al ejército. Las más terrenales, agarraron todas sus monedas y compraron cualquier cosa para poder aferrarse a la vida…

Esta imagen fue escrita por aquel hombre en una de los tantos escritos hechos por los sobrevivientes de la guerra. Este hombre no era nada especial en el mundo anterior a la guerra, era tan solo un ser pensante (y eso es bastante decir) que ahora vagaba por el mundo desolado, buscando algo que comer y escribiendo sus reflexiones. Había durado un año la guerra y la especie humana no había desaparecido (como los científicos pronosticaban), había sobrevivido el 1% del total. Suficiente cantidad para poder vivir nihilistamente y procrear. No había quedado rastro de ningún gobierno y ninguna organización política, al final de la guerra, tan solo peleaban tribus herederas de los antiguos países y Estados. Peleaban con piedras y palos (como alguna vez un científico pronosticó). Pero después ni eso hubo, nadie se identificaba con los antiguos países y la gente vivía escribiendo cosas sobre el antiguo y nuevo mundo. Una de esas personas, era este hombre que captó aquella imagen de la pileta al comienzo de la guerra, y al término de ésta se dirigió al lugar en donde la había captado. Se acercó a la pileta en donde habían apuñalado al mendigo, y encontró la moneda. Miró el cielo un instante y comenzó a escribir lo siguiente:

“¿Qué objeto tengo en mis manos? ¿Una moneda?.... sí, una moneda, compraré algo con ella…. Este era parte del diálogo inconciente que teníamos los humanos en nuestra mente, al momento de tener este objeto en las manos. Pero ahora, que esta moneda ha perdido ese poder persuasivo automático, puedo hablar sobre ella. La moneda, un pedazo redondo de cobre o bronce o qué sé yo de qué cosa subterránea esté hecha. El punto es, que es un pedazo de tierra moldeado con algunos números y algunos símbolos patrios. Un pedazo de tierra… un pedazo de tierra, que se convirtió en el rey de los objetos terrestres que sostuvieron a la carne humana sobre el mundo del trabajo organizado y la vida en búsqueda de la felicidad. Un pedazo de tierra que mágicamente se convertía en todos los objetos codiciados por la carne humana. Un solo pedazo de tierra, una sola moneda a lo largo de su carrera por las manos de los hombres, se convirtió en un pan, en un pañuelo, en un lápiz, en un vaso de vino, en un arma, en un automóvil, en una casa, y en todos los ”bienes” y “males” que la carne humana pudiera codiciar. En los últimos años, la moneda se convirtió en el mundo, su redondez se confundió con la redondez esférica de nuestro planeta y por último… la moneda se convirtió en la muerte de la humanidad, de toda la carne humana.

Esto sucedió cuando la humanidad entera se paró encima de este único pedazo de tierra, el cual no aguantó más, ya que no pudo convertirse en la vida de todos los que se pararon encima de él, y tan solo le quedó la opción de hacer su última conversión; se convirtió en la muerte de los seres humanos, y el pedazo de tierra cayó, se derrumbó y murió… conectada por un cordón umbilical a la difunta humanidad. Ahora me encuentro con un cadáver en mis manos, pero que para poder convertirse en cadáver, tuvo que primero morir el 99% de los hombres.

Si es que yo estoy vivo, debe ser porque nunca me paré en aquel pedazo de tierra. Estuve siempre acostumbrado a mirar desde afuera como aquellos seres carnales se amontonaban en ese pedacito de tierra. Hasta que sucedió lo inevitable, cayó lo último que quedaba de la metafísica: la tierra.

¿Y porqué digo lo último?, pues verán. La otra mitad de la metafísica (el cielo) ya había caído hace algún tiempo y si todavía en los tiempos precedentes a la guerra, se veían manifestaciones del cielo en la carne humana, no eran más que las esquirlas que habían caído de éste sobre la tierra y que permanecían disfrazadas al frente de los hombres que se creían aferrados al cielo y que sin embargo se encontraban al igual que las esquirlas de éste, pisando aquel pedazo de tierra… la moneda…

No tengo mucho más que decir, no soy un ensayista ni pretendo serlo, escribo para poder nadar mejor en el nihilismo del mundo actual. Quizás la especie humana perezca definitivamente, dudo encontrar a una mujer en este planeta desierto, cada vez encuentro menos comida y los residuos de la guerra química siguen matando por todas partes. Al parecer, el fin de la metafísica, ha sido el fin del ser humano. Al parecer el sin-sentido equivale al sin-humano. Yo me consideraba nadando completamente en el sin-sentido. Ahora me doy cuenta que no, siempre tuve una parte carnal, aunque fuera minoritaria y esa parte carnal, cayó junto a este pedazo de tierra que tengo en mis manos. Mas la muerte de mi parte carnal, no me significó la completa muerte, Aunque… ¿Qué más da? Si no me morí en la guerra, de todos modos lo voy a hacer en algunos años más, o en algún momento más. Sin embargo, Lo que rescato de no haber sido tan carnal, es que puedo morir ahora mismo sin miedo, sin angustia, no le tengo miedo a la muerte ni a la incertidumbre, y conste que mi no temor a la muerte no es por heroísmo, el héroe muere por alguna causa, por alguna razón que valga la pena. Yo muero sin razón, muero sin pena, yo muero por nada, porque por nada vivo… Con esta reflexión acaba de morir totalmente lo poco y nada que me quedaba de carne y el resto no tiene porque seguir viviendo artificialmente.”

Aquel hombre terminó en seco su escritura y comenzó a caminar en dirección a la costa. Fue su último viaje. Al llegar a la playa no vaciló en ningún momento, no se sacó ni la ropa, caminó y caminó introduciéndose en el agua hasta que quedó sumergido completamente, y por primera vez en la historia de la humanidad, un hombre dejó de existir.