viernes, junio 08, 2007

Sorpresa pedestre


“sola, ella caminó por aquí…” eran las palabras pintadas a la entrada de un callejón en bandera, un poco antes de llegar a catedral, un poco antes de las 7 de la noche, un día de junio. Un callejón muy poco común para santiago centro; parecía más bien un callejón neoyorquino, pero como Nueva York debe ser muy distinto a como me lo imagino, es más sincero decir que se asemejaba a uno de conventillo…”sola, ella caminó por ahí…” ¡Cuánto me decían aquellas palabras, y cuanto no me decían! Me imagine a ellasolacaminando… el callejón recreado pertinentemente, para que ella caminara sola por ahí… a los seres que había por ahí, seres que consagrarían la soledad de ella, cuando entrara ahí, cuando caminara ahí, seres que ultrajarían su cuerpo, dejándola sola para siempre… ahí

Ahí donde la soledad tiene un monopolio absoluto y donde se puede dar el lujo de expresarse en las formas más exquisitas que puede llegar a tener… (Como la que se expresó en ella). Donde García Márquez, quemaría frustrado su obra maestra; convencido de su nimiedad.

… yo, sigo caminando por bandera, y los tres segundos que observé aquel mural y aquel callejón, fueron tres segundos que hace tiempo no poseía. Admiro al que pintó ese mural y aún más, a ellas… las que caminan solas por ahí… las admiro, por el hecho de pasear por mi mente; por nacer en mi mente. Y por causa de mi mente: andar solas por ahí

Doblé por compañía, camino entre ruinas, entro al conservatorio, son las 6:43 PM, junio, estoy atrasado, subo por el ascensor ¿van a haber elecciones? Gobierno de mierda, echaron a excelentes profesores, sangre sudor y lágrimas, no me gustó lo que escribí sobre la segunda guerra mundial, estoy casi seguro que usa peluquín… décimo piso: sala 905, ”a la horita que viene llegando…pase (tono de voz durísimo)” un dictado rítmico con heterometría de las palmas del profesor, y me siento en una silla al lado de la ventana…

Santiago centro… observo la ciudad repleta en su mayoría de luces amarillentas, siguiéndole en cantidad las azules, rojas, verdes y púrpuras, de los letreros publicitarios que forman una absurda sustancia en su mezcla con las piedras y la arquitectura de antiguos edificios que por quinientos, trescientos, doscientos años, alojaron a personas que lo que menos hicieron, fue pensar en publicidad y en tubos luminosos de neón… ¿pero que es la ciudad, sino un absurdo? Un absurdo que se disfraza de cordura con su traje hecho con mangas de eficiencia, bolsillos de éxito, pantalones de compañía y de placer; manchado con café y lavado con diarios a color… un traje, que cuando se rompe un poquito, demuestra que atrás del algodón y el poliéster hay alguien solitario, que camina friolento por las calles, con las manos metidas en los bolsillos para ver si se calienta con el deseado éxito… y que cuando lo tantea al final del bolsillo y se da cuenta que está bien vestido y remendado el hoyito que dejó al descubierto unos centímetros de su piel, sigue caminando decididamente… claro y como no, si su traje ya no tiene ningún hoyito por el cual pueda asomarse su carne fea… hoy día, yo iba caminando con las manos en los bolsillos, cuando miro a la derecha y veo una gran rasgadura en el traje… aquella frase en la pared que no dejaba entrar ni un fotón de luz de neón al callejón, haciendo permanecer virgen aquel lugar, entremedio de la absurda sustancia que es santiago. Como cuando se prepara un jugo y se mezcla instantáneamente el agua con el polvo, salvo uno que otro insignificante terroncito que queda dando vueltas en la solución; terroncito que pasa imperceptiblemente por la garganta del sediento santiaguino. Ese terrón en bandera, un poco antes de llegar a catedral, se me atoró en la garganta ahogándome por un momento… Momento en el cual se me apareció ella, completamente desnuda, sin disfraz, caminando en medio de aquel terrón, con su carne de un color que no puede ser otro que el de la soledad. Color que no es brillante como los letreros de neón, tampoco opaco como las piedras coloniales, es simplemente el color de la carne humana, que desde que es expulsada del vientre, siente frío y no tiene bolsillos para menguar la incertidumbre de la gélida vida…

Por eso admiro a ellas, las que se sacaron el disfraz y caminan por aquel callejón rasgando, aunque sea imperceptiblemente, a la ciudad disfrazada. Las admiro y les agradezco por sacarme la camisa y dejarme aunque sea por un momento semidesnudo y sintiendo el frío de la vida sin actos de fe.

Terminó la clase y el dictado rítmico quedó en la pared de la sala… me despido de la gente, bajo por el ascensor y camino por santiago con las manos en los bolsillos y la camisa abrochada… se acabó el momento –pienso- el frió, ella, el callejón, ya están por lo menos a cinco cuadras de distancia. Estoy en la parte homogénea del jugo sabor a absurdo, y el terrón no se vislumbra entre el fluor y la piedra-. Sin embargo, me toco los bolsillos y me hallo con un gran orificio en cada uno… sola, ella caminó por aquí…se me va a aparecer más seguido – digo en voz baja, mientras una señora en el metro me mira de reojo- no remendaré los bolsillos…