viernes, febrero 22, 2008

El micro

Prisma indolente, reflejo atingente
Holograma de la metrópolis
Mezcolanza que reúne la diáspora
De los que también pueden ser libres

Pero en el micro no…
Encerrados en el movimiento
Siempre rodando, nunca estando
Repulsivamente atiborrados
Viajan sin ser viajeros.

La moral de los metros cuadrados
Recorre cada hierro y cada asiento
Las viejas de micro: guardianas recelosas
Se persignan con cada monolito
Se escandalizan con cada desertor
Que no comprenda lo enjaulado que está

Carteras, asientos, ceder
Ancianas, preñadas, cojos
Atmósfera de la insoslayable ley
Que espeta cada cuerpo y cerebro
¡Cuán calco de la polis organizada!
Por el poder, el sufrimiento, la debilidad

Y timoratos caen los pasajeros
En la microsociedad, el microestado, la micromoral

El micro

Bastión de temblor y disciplina
Que flaquea la voluntad del más brioso
Mezcolanza que reúne la diáspora
De los que también pueden ser libres

Pero en el micro sí…
Basta una mirada absorta
Por el ventanal vertiginoso
A un Santiago bullente
A un Santiago lloviendo
Mágico escenario para el ser

Que escapa del vehículo infernal
Y se proyecta en imágenes de invierno
Se traslada a pensamientos de viajero
Enajenándose del encierro moral
Y siendo un ser de lejanías

Pues todo hombre puede ser libre
Dentro de la más oscura cárcel

Y aún más libre
Que en el más extenso páramo
Si una dulce imagen levita sus cadenas.

martes, febrero 12, 2008

¡Ahí viene el padre Porfirio!

“¡Ahí viene el padre Porfirio! ¡Viene, viene…!” Luego de aquel estruendoso anuncio, el eufórico capitalino permaneció en silencio por unos segundos, para así poder concentrar toda su capacidad sensitiva en la vista; achicando los ojos, usando sus transpiradas manos como visera y tomando la expresión de felino agazapado en furtiva preparación para atrapar con la vista, lo que con la boca luego anunciaría: “¡Y viene cómo con cinco marraquetas!”

El padre Porfirio avanzaba parsimoniosamente desde la catedral, con la diligencia que inscribe la rutina en el caminar de una persona, dirigiéndose a la banquita de la plaza de armas que ya conocía de memoria su accionar. Ni una sola gota de sudor corría por su tez, y su sotana parecía recién confeccionada por los ángeles. Se sentó, y la gente ya advertida de su presencia, formó un círculo alrededor de él; pero no un círculo como el que cien años después formarían los tátara-nietos de aquellos hombres, alrededor de un humorista, un mago, o un peruano ofreciendo celulares; sino que uno el cual tenía como principal finalidad, ser imperceptible para el cura. Por lo que el radio de éste, superaba holgadamente los quince metros y la separación entre los puntos (o personas) que formaban el perímetro del círculo, era irregular y distanciada. Siendo así, esta formación geométrica de la naturaleza humana colectiva, perceptible sólo desde arriba… desde el cielo…

Y el padre Porfirio comenzó… arrancó un pedazo de pan y se lo lanzó a las palomas que se encontraban a su alrededor. En ese momento, la actividad de las personas del círculo menguó hasta reducirse a la inconsciente tarea de patear una piedra o rascarse la cabeza. Para entrar plenamente en el trance que el padre Porfirio les provocaba todos los días, a las siete de la tarde, en la plaza de armas santiaguina de 1896.

El pregonero que había tomado expresión de felino para anunciar la llegada del cura, tomó ahora la expresión insensible de las palomas recibiendo el pan. Renunciando a su conciencia y a la vitalidad fragorosa de vende-diarios; para recibir en su cráneo un pequeño momento de divinidad, un pequeño momento de eternidad (por paradójico que suene), un pequeño momento de…

-Mire pues comadre ¡si no le digo yo! Es tan rebueno el padre Porfirio –cuchicheaba una señora a su comadre- ¡como si no tuviera suficiente con todo el día estar adorando al santísimo y ofreciendo misa!.

-¡Chita qué es cierto comadre! Ta’ todo el día haciendo el bien ¡y pa’ ma’ remate es solidario con las pobres aves!… ¡ni que fuera franciscano!

Y así al igual que aquellas dos comadres, toda la atención de la concurrencia comenzó a girar en torno a ese dadivoso brazo, que lanzaba desinteresadamente el pan del señor, el pan de cristo. Y todos creyeron en un mismo instante, en la fracción de segundo por la cual voló en el aire la última miga; que recibirían el cielo y que no-sufrirían eternamente. Fue una epifanía tan conmovedora y deliciosa, que caló en lo más profundo de sus mentecillas. Y una vez más su cerebro se engañó con más y más neurotransmisores placenteros, con más cielos en la tierra y tierra cicatrizándoles la dolorosa gangrena de seres arrojados a la existencia y al látigo de la ortodoxia.

El padre Porfirio acabó su ponzoñosa tarea… -Sí, ponzoñosa; pues el placer por la promesa ultraterrena, es el veneno de la vida. Un veneno que se esconde en nuestra química cerebral, y que se activa con sotanas que lanzan pan y cortes de pelos inmutables que caminan flotando-… acabó su ponzoñosa tarea y regresó a la catedral en la misma actitud pulcra y vituperante en la que había llegado, abrió la puerta del monasterio en un impecable gesto; para lanzarse en el menor tiempo posible sobre una silla de la sacristía, donde comenzó a sudar todos los litros de transpiración que no había sudado frente a la gente, manchando su inmaculada sotana y despeinando su indeleble peinado…

¿Te preguntaras cómo cresta sé todas estas cosas? No es que me haya leído un libro de historia, o que las haya visto esto en un diario… lo que sucede es que humildemente… pues soy Dios… y lo que acabo de narrar sobre la plaza de armas, sucede por debajo o en mis ojos (si ha oído hablar acerca de las Señoritas Puy-puy, entonces en mis ojos). Y bueno… me gusta escribir (desde mi fabulosa vista panorámica) los cuadros de aquellos que toda su vida invocan mi nombre, de los que temen a castigos que nunca he dado y que nunca daré y de los que esperan que les lance pedazos de eternidad. De la misma forma en que todos los días, a las siete de la tarde, en la plaza de armas santiaguina de 1896; realiza eternamente el santísimamente contumaz: Padre Porfirio. Amén.

viernes, febrero 01, 2008

¿Divinas plumas? y/o ¿Absurdo divino?

“Las señoritas Puy-puy son los seres más extraños que se pueden encontrar en los universos… habitan al interior de nuestro globo ocular, y están hechos del agua y los nutrientes que hay en éste. Su tamaño es semejante al de una bacteria, sin embargo, su apariencia difiere muchísimo de una; se asemejan más bien a un ser humano con características anatómicas de anfibio y el perfil psicológico de la Lophophora Williamsí (¡madre mía!).

De su estructura y desarrollo social se sabe de buena fuente, acerca de las rutilantes ciudades y enclaves construidos con propósitos de eficiente producción industrial. No obstante, jamás han conocido y menos desarrollado un comercio o algo parecido. En sus industrias se fabrican una variedad ininfinita de objetos inimaginables; con las propiedades más absurdas y las utilidades más grotescas, que usted, sobre todo usted, se podría imaginar (repudiando).

La cosmogonía de estos seres es algo interesantísimo… nuestras pupilas son para las señoritas Puy-puy “el sol”, y el volumen total del globo ocular (que ellas desconocen con demasía) es lo que llaman humildemente: “universo”, el cual sigue siendo un gran misterio para estos magníficos seres. Aunque pesar de ignorar sobre su “universo”, han creado un minucioso calendario que distingue el día de la noche, basándose en la duración promedio en que los parpados permanecen abiertos y cerrados. ¡Ah y por cierto! Lo que para nosotros es congoja, rabia y llanto; para ellas son un fenómeno meteorológico llamado lluvia y mal tiempo… ¡Ah y el tiempo! Casi se me olvidaba…

El tiempo para estos seres corre de forma muy distinta a la forma que corre para el hombre: lo que un humano realiza en el tiempo de un día de sol a luna, ellos lo hacen en el tiempo de un ojo abierto a uno cerrado (No se ponga a llorar de júbilo Mr. Ford)

Esto y mucho más son las Señoritas Puy-puy… Aunque podrían ser otras cosas ¿por qué?...pues ya saben: soy un científico ilustrísima, honorabilísima y profundamente respetable; sin embargo, mi ciencia se llama patafísica , y la hago a partir de excepciones que jamás son pocas. Por esto, es que les quiero info….”

Josué dejó sorpresivamente de escribir las estupideces sobre señoritas y puy-puyes que salían de su plumas; pues claro, él mismo: un personaje fascinante, debía empezar a ser escrito por mí: su desconocido escritor… Pobre de Josué, siendo él un personaje deslumbrante, profundo, arrebatador; de esos prototipos que son llevados a la pantalla grande; se tuvo que ver apabullado por el infausto azar de ser escrito por un imperito don nadie como yo.

Después de largos espacios en blanco de meditación, he reflexionado que lo mejor es que Josué no sea escrito y se quede tal cual como lo que es ahora y de lo cual él no tiene idea. No se aflija gallinazo, no es nada importante; lo que pasa es que Josué es una Señorita Puy-puy residente en mi globo ocular, y en cuanto él termine de escribir lo que estaba escribiendo sobre las Señoritas Puy-puy, se levantará de su escritorio, caminará unos cuantos pasos, gritará: ¡Aaaah! Y se diluirá en la sustancia de agua y sales minerales en la que estaba inmerso y de la cual estaba hecho… ¿por qué este fatídico final? Pues porque yo lo decido, ¡yo!: su escritor y dueño de ¡mi! Ojo: su humilde universo.

“…¿en que había quedado? ¡Oh sí!: por esto, es que le quiero informar que yo e incluso tú podríamos ser una señorita Puy-puy”

-¡Aaaah!

“es el mejor final que he escrito en mi vida” me dije a mí mismo (el escritor de Josué) y luego de esa auto-alabanza, seguí escribiendo que iba que iba a seguir escribiendo; al mismo tiempo que me daba cuenta con perfecta aceptación, de que yo podría ser una Señorita Puy-puy al interior del ojo de un otrora llamado Dios, y ahora después de esta inapelable epifanía tan sólo llamado: imperfecto renacuajo; que observa (utilizando mi universo para aquello) las sales minerales de su imperfecto Dios y trasciende (al igual que yo y al igual que Josué) en la pluma.