martes, febrero 12, 2008

¡Ahí viene el padre Porfirio!

“¡Ahí viene el padre Porfirio! ¡Viene, viene…!” Luego de aquel estruendoso anuncio, el eufórico capitalino permaneció en silencio por unos segundos, para así poder concentrar toda su capacidad sensitiva en la vista; achicando los ojos, usando sus transpiradas manos como visera y tomando la expresión de felino agazapado en furtiva preparación para atrapar con la vista, lo que con la boca luego anunciaría: “¡Y viene cómo con cinco marraquetas!”

El padre Porfirio avanzaba parsimoniosamente desde la catedral, con la diligencia que inscribe la rutina en el caminar de una persona, dirigiéndose a la banquita de la plaza de armas que ya conocía de memoria su accionar. Ni una sola gota de sudor corría por su tez, y su sotana parecía recién confeccionada por los ángeles. Se sentó, y la gente ya advertida de su presencia, formó un círculo alrededor de él; pero no un círculo como el que cien años después formarían los tátara-nietos de aquellos hombres, alrededor de un humorista, un mago, o un peruano ofreciendo celulares; sino que uno el cual tenía como principal finalidad, ser imperceptible para el cura. Por lo que el radio de éste, superaba holgadamente los quince metros y la separación entre los puntos (o personas) que formaban el perímetro del círculo, era irregular y distanciada. Siendo así, esta formación geométrica de la naturaleza humana colectiva, perceptible sólo desde arriba… desde el cielo…

Y el padre Porfirio comenzó… arrancó un pedazo de pan y se lo lanzó a las palomas que se encontraban a su alrededor. En ese momento, la actividad de las personas del círculo menguó hasta reducirse a la inconsciente tarea de patear una piedra o rascarse la cabeza. Para entrar plenamente en el trance que el padre Porfirio les provocaba todos los días, a las siete de la tarde, en la plaza de armas santiaguina de 1896.

El pregonero que había tomado expresión de felino para anunciar la llegada del cura, tomó ahora la expresión insensible de las palomas recibiendo el pan. Renunciando a su conciencia y a la vitalidad fragorosa de vende-diarios; para recibir en su cráneo un pequeño momento de divinidad, un pequeño momento de eternidad (por paradójico que suene), un pequeño momento de…

-Mire pues comadre ¡si no le digo yo! Es tan rebueno el padre Porfirio –cuchicheaba una señora a su comadre- ¡como si no tuviera suficiente con todo el día estar adorando al santísimo y ofreciendo misa!.

-¡Chita qué es cierto comadre! Ta’ todo el día haciendo el bien ¡y pa’ ma’ remate es solidario con las pobres aves!… ¡ni que fuera franciscano!

Y así al igual que aquellas dos comadres, toda la atención de la concurrencia comenzó a girar en torno a ese dadivoso brazo, que lanzaba desinteresadamente el pan del señor, el pan de cristo. Y todos creyeron en un mismo instante, en la fracción de segundo por la cual voló en el aire la última miga; que recibirían el cielo y que no-sufrirían eternamente. Fue una epifanía tan conmovedora y deliciosa, que caló en lo más profundo de sus mentecillas. Y una vez más su cerebro se engañó con más y más neurotransmisores placenteros, con más cielos en la tierra y tierra cicatrizándoles la dolorosa gangrena de seres arrojados a la existencia y al látigo de la ortodoxia.

El padre Porfirio acabó su ponzoñosa tarea… -Sí, ponzoñosa; pues el placer por la promesa ultraterrena, es el veneno de la vida. Un veneno que se esconde en nuestra química cerebral, y que se activa con sotanas que lanzan pan y cortes de pelos inmutables que caminan flotando-… acabó su ponzoñosa tarea y regresó a la catedral en la misma actitud pulcra y vituperante en la que había llegado, abrió la puerta del monasterio en un impecable gesto; para lanzarse en el menor tiempo posible sobre una silla de la sacristía, donde comenzó a sudar todos los litros de transpiración que no había sudado frente a la gente, manchando su inmaculada sotana y despeinando su indeleble peinado…

¿Te preguntaras cómo cresta sé todas estas cosas? No es que me haya leído un libro de historia, o que las haya visto esto en un diario… lo que sucede es que humildemente… pues soy Dios… y lo que acabo de narrar sobre la plaza de armas, sucede por debajo o en mis ojos (si ha oído hablar acerca de las Señoritas Puy-puy, entonces en mis ojos). Y bueno… me gusta escribir (desde mi fabulosa vista panorámica) los cuadros de aquellos que toda su vida invocan mi nombre, de los que temen a castigos que nunca he dado y que nunca daré y de los que esperan que les lance pedazos de eternidad. De la misma forma en que todos los días, a las siete de la tarde, en la plaza de armas santiaguina de 1896; realiza eternamente el santísimamente contumaz: Padre Porfirio. Amén.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no sé LUCAS sorprendes...
y puede que mis capacidade estén lejos de alcanzar las tuyas...
...
(...)
tal vez estoy predestinada a ser el primer-eterno comentario, pero me parecía que esto, al menos de lo poco que he leído de tí lo merece..
un beso!
creo que te imaginaras quien soy
..
por si no aquí va algo
J.