lunes, diciembre 31, 2007

Grandes (obesos) descubrimientos científicos

Por culpa de ese tarado perdí mi pega y me gané una sarnosa envidia. Entomólogo el nombre técnico, yo le digo lisa y llanamente bichólogo: Sombrero, pantalones cortos de safari, bototos, toda la pinta de explorador del discovery chanel y la arrogancia de aquel que encuentra respuestas refraneras a las preguntas de un filósofo de asado, en el análisis psicológico de las mantis religiosas. Un pavo real, arrendando un cuartucho de cuatro por cuatro a una prostituta con prótesis y mal depilada, ostentoso de sabiduría científica y trabajando como jardinero profesional y destacado en el jardín de la señora Ernestina. Ese era Carlitos Vitell antes de hacerse de fama y dinero (nunca tanto como para decir fortuna); y mira como le cambió la vida al muy desgraciado, después de sus “descubrimientos”: el cuartucho y todo esa porquería por un penhouse en pleno barrio alto; los bototos por botas y los pantalones cortos por pantalones largos. Lo único que no le cambió fue la arrogancia muy ensartada en la sonrisa de Hollywood años 50. Y todo por sus husmeos en el jardín de la señora, los cuales podría desmentir porque yo fui su jardinero y me conozco el jardín y la gran farsa. Pero quién le va a creer a un pobre diablo como yo licenciado en filosofía y jardinero mal pagado desde mi licenciatura.

Me echaron cuando el nieto de la señora mocoso gordinflón cabrón, me descubrió depositando un par de cebollas (o unas cinco) en el bolso (¿con qué me preparo empanadas?), y la muy ballena decidió despedirme aduciendo a que las tazas me las hace mal, las rosas me las poda mucho, las lechugas no tienen fertilizante, el otro día te vi entrando a la zona prohibida y ahora robándome la cosecha. Y bueno, es cierto que una vez entré a la zona prohibida, vieja de mierda lo que podría decir de esa zona y de seguro lo diré más adelante; pero en ese momento me puso en la calle sin pagarme lo que llevaba de mes y gritándome que esta vez voy a buscar un jardinero profesional, honesto y agradable. Ahí apareció este licenciado en entomología (carrera con la cual los filósofos compartimos el campo laboral) con sus cartones y sus mamotretos de “tesis sobre la crianza de abedactylus hipopólimus en los jardines sudamericanos” ¡Bravo! Por supuesto la señora Ernestina con su papada bonachona y sus ojos mojados de transpiración sebosa expelida de un cráneo repleto de la moral latina matriarcal, se creyó el pomposo cuento de que los abedactylus hipopólimus, eran el nombre científico de sus macilentas rosas y no como bien se sabe, el nombre cientificoide del caracol fangolero, plaga natural de las rositas.

El esperpento comenzó a trabajar con la eficiencia de un empleado de Ford, llevando datos útiles y regalos portentosos del jardín a la sebosa señora Ernestina, a cambió de limonadas hidratantes y postres caseros (que a mí nunca me dio). Fue un amorío de pecera que interrumpió la impecable eficiencia de Carlitos con las intachables historias de Efraín, mi correctísimo Efraín, mi guapísimo Efraín, mi valientísimo Efraín y todos los “ísimos” agregado a los adjetivos del prototipo comadrero marital de Doña Ernestina Mora viuda de Efraín González que en paz descanse amén; muerto seis meses atrás y como se puso de insoportable la vieja desde ese entonces. Carlitos mientras fingía escuchar las “conmovedoras” historias, -cosa no muy difícil teniendo en cuenta que los ojos de la señora estaban siempre tapados por una mezcla de cejas grasientas con sudor espeso- escribía en un cuadernillo sus datos y observaciones acerca de la despampanante fauna del jardín de la doña. Clasificaba mariposas, caracoles, hormigas, cigarras, nada fuera de lo normal.

Sabe que estos sillones camas nunca me han agradado mucho; voy a sentarme. Y hablando de sillones, hace un tiempo atrás esto de la verdad se me volvió muy complicado; más complicado incluso que como le quedó a Dilthey, el realismo volitivo, el constructivismo y todos los escépticos Light. ¿Se ha preguntado si el vecino ve el mismo verde que usted? Porque… la coincidencia perceptiva que encontramos en los relatos y los juicios acerca de un mismo objeto, quizás es coincidencia sólo a nivel de relato. Pensar en eso me vuelve loco, le explico: este sillón que usted en su telón perceptivo ve verde y yo veo amarillo le hemos puesto un nombre común: azul. Sí ok, los dos coincidimos a nivel lingüístico representativo que este sillón es azul y no hay problema con eso, creamos todas nuestras “azuledades” en armonía con el prójimo lingüístico, pero en el cinematógrafo interno, aquel color que todos llamamos azul, yo lo veo del color que para usted es el amarillo y usted lo ve del color que para mi es el verde, a pesar de que le hemos puesto el título común de azul. Claro, es una idea deschavetada pero no imposible; para comprobarla tendría que meterme en su cráneo y ver con sus ojos el mundo. No me mire con esa cara y déjese de anotar, le voy a dar un ejemplo. Imagínese un monstruo metafísico que poseyera la llave de la objetividad ontológica, pusiera un objeto al medio de una pieza (que tan sólo el podría conocer en su verdadero ser) y en la pieza hiciera un círculo de personas como usted o como yo alrededor del objeto y con los ojos vendados. Luego de esto, nos sacara a todos la venda al mismo tiempo y esperara el tiempo que es preciso para que realicemos el acto perceptivo que llamamos “ver” (ese objeto) y nada más, deteniendo el tiempo de nuestras mentes justo en el momento en que la imagen del objeto queda fijada en el telón perceptivo; al igual que si fuéramos cámaras fotográficas. Para así finalmente, abrir nuestra mentecilla, sacar las imágenes y ponerlas en una pared; dándose cuenta para su sorpresa; que todas son distintas, todas tienen distintos colores, distintas formas, distintas texturas, distintas consistencias y que ninguna coincide con el objeto como es en realidad, el cual tan sólo él conoce. Luego de esto, para corroborar su pasmo; devolviera las imágenes a nuestros cerebros, echara a andar el tiempo mental y nos preguntara a todos: ¿niños, de que color es ese objeto que está ahí al medio? Respondiendo nosotros a un unísono disonante para sus oídos cognoscentes: ¡azul tío monstruo! Respondiendo y respondiendo sus siguientes preguntas acerca de las características del objeto, en un mismo unísono azorante.

Ese tipo de ideas me angustian bastante seguido, y no quiero ni pensar que esa pesadilla que puede estar sucediendo a nivel perceptivo, suceda también a nivel conceptual, madre mía. Pero no me desconcentre más, déjeme seguirle contando sobre la señora Ernestina. Se preguntara ¿Qué tanto tiene que ver la señora Ernestina en lo que pasó con Carlitos Vitell? Se va a dar cuenta que mucho. En primer lugar, ella es la última matriarca de una dinastía ancestral que ha poblado esa casa desde tiempos coloniales; cosa extravagante de suceder en estos tiempos tan mezclados, Sin embargo es cierto; los manuscritos, fotos y ajuares que todas las tardes sacaba tediosamente para mostrarle a Vitell; eran reales. Tías, abuelas, tías-abuelas, abuelos-tíos, abuelos (porque antes también hubo patriarcas) que vivieron en esa hermosa casa, dotada de un jardín gigante en un terreno sin usurpar aún por los supermercados y multitiendas que colonizan Maipú. En segundo lugar, todo adefesio que aparecía en esas fotos, poseía dimensiones esféricas; sus antepasados, ella misma, su difunto esposo y su nieto que vive con ella: un estómago industrial y una talla monumental. En tercer lugar… no hay tercer lugar pero no importa, porque sabiendo eso y sabiendo lo que había en la zona prohibida, que hay que ser muy tarado para ser jardinero de aquella casa y nunca haberle echado una ojeadita a la zona prohibida; se tendría que haber dado cuenta ipso facto, de que sus grandes descubrimientos científicos, en verdad no eran tales.

El “gran descubrimiento” que hizo Carlitos, sucedió cuando en una de sus tantas clasificaciones de bichos, se encontró con los gusanos del jardín de la señora, los cuales a simple vista rebasaban con creces la dimensión normal de cualquier gusano de jardín. Fue entonces cuando el mequetrefe comenzó a traer una revista llamada Science y la leía entremedio de limonadas e historias de Efraín, echando por la borda su magnífica eficiencia... luego me enteré (ya que leí el artículo de la revista) del contenido de ésta, el cual versaba precisamente sobre los últimos esfuerzos de los científicos por encontrar un tipo de suelo apto para la crianza de gusanos de mayores dimensiones; ya que los gusanos comunes al desarrollar la obesidad (cuando son criados naturalmente en tierra y no alimentados artificialmente) producen una enzima que serviría para curar el SIDA; sonaba demasiado simple, pero era cierto, así nomás: simple y efectivo.

Por un mes completo trajo aparatos raros, se llevó muestras del suelo, se llevó gusanos y a pesar de que hizo todo un prolijo estudio; pude notar en su cara que había algo que no concordaba…había algo que faltaba: la causa científica de la obesidad de los gusanos… Y a pesar de la ausencia de aquel pilar fundamental; esbozó un inverosímil informe, en donde especificaba que el análisis del suelo arrojaba la existencia de un componente extraño e ignoto en su composición, y que a pesar de no saberse la causa exacta de la obesidad de los gusanos; debía comenzarse con la crianza de los gusanos en aquel jardín, antes de averiguar la composición química de este supuesto compuesto ignoto. Ya saben: ¡se había encontrado la cura! Y el SIDA es una enfermedad que no puede esperar ante estos enigmas científicos… Luego de enviar este embustero informe a las autoridades científicas locales (que lo conozco porque también lo leí, una vez que lo dejó tirado en el pasto) comenzó a visitar la casa un grupo de cinco autoridades, con delantal blanco lapiceras y todo; para el profundo desconcierto de la señora Ernestina, a la cual Carlitos persuadió argumentando que eran amigos de él, interesados en las rosas de su maravilloso jardín. “Negocios son negocios señora Ernestina, no debe dejarlos pasar”.

En una de las conversaciones del grupo de cientificoides con Vitell, uno de ellos le propuso a Carlitos que cuando hiciera público su informe, demostrara (porque habían palabras y embrollos de sobra para demostrar) que la obesidad de los gusanos era producida por las condiciones específicas, únicas e irrepetibles del microclima y el micro hábitat de aquel jardín; y no por la supuesta sustancia ignota que el grupo de cientificoides descubrió al instante que no era tal. Le dijo además que comunicara la existencia de nuevas investigaciones de grandes grupos de científicos, las cuales estuvieran trabajando para reproducir artificialmente el microclima y el micro-hábitat del lugar en un plazo no menor de diez años… En ese momento fue cuando entré en las vísperas de un estornudo inaguantable, con el cual luche para provocar el menor ruido posible; ocasionando a pesar de mi esfuerzo, un fragor del cual los científicos se percataron, descubriendo así mi escondite en la bodega. Luego de eso me echaron de la casa sin que la señora Ernestina se enterara y después de una semana; día martes que coincidió justo con la publicación del “descubrimiento científico del siglo” llegaron unos hombres a mi cuartucho, me sedaron y me trajeron a esta clínica psiquiátrica.

Aquella semana fue terrible… me sumí en una soledad indescriptible, en el convencimiento irreversible de que no podía desenmascarar a ese farsante, por más que supiera la verdad… ¿a quién le contaba? ¿Por dónde partía? ¿La prensa?... después de cinco días de indecisión, llamé a varios diarios y noticieros, les contaba lo que le he contado a usted y al principio de mi relato, me decían que la cura del SIDA era una noticia seria, que no daba pie a las controversias faranduleras de un don nadie como yo y que el próximo martes se publicaría el anunciado artículo… ¡un periodista llamándome farandulero! Luego llamé a revistas científicas y me decían que sólo recibían artículos, que si quería decir algo respecto al artículo sobre la cura del SIDA que se publicaría el próximo martes, escribiera un artículo y lo enviara a las autoridades científicas respectivas. Y eso hice; escribí un artículo donde doy a conocer paso a paso los pormenores de la gran farsa científica, el cual no alcancé a enviar ya que los de la clínica llegaron sorpresivamente a mi cuartucho…

aquel artículo lo tengo ahora en mi bolsillo; lo alcancé a guardar unos minutos antes de que me sedaran. Se lo entregaré a usted, confío en que confiará en mí y hará saber la verdad. Tome.

-OK muchas gracias; yo también tengo algo para usted -dijo el psiquiatra y al instante le entregó un parte médico- su diagnóstico es demencia irreversible y psicosis.

-¡pero cómo, si no me ha hecho ningún examen, y lo único que he hecho es contarle toda la verdad!

-Pobrecillo, no se acuerda de cuando se hizo los exámenes… ¡enfermero! - exclamó y al instante apareció un enfermero con contextura de rugbista por una puerta que más bien parecía un armario, propinándole un doloroso tackle al desconcertado ex-jardinero.

Acto seguido, se llevaron al turbado hombrecillo en una camilla en donde le fueron asestando un blanquísimo chaleco de fuerza, al mismo tiempo que una jeringa introducía en sus venas el tranquilizante que lo durmió durante dos días. El impávido doctorcillo esperó a que se calmara el ajetreo causado por la reclusión a “tratamiento indefinido” en la clínica de orates, del paciente que acababa de atender; para proceder a leer el artículo que éste le había entregado unos minutos atrás, el cual (como pudo darse cuenta) distaba años luz de poseer la rigurosidad de un artículo científico, coincidiendo más bien con un testimonio escrito a estilo similar, al testimonio que oralmente le había relatado en su consulta. La desilusión que le provocó al doctorcillo aquel papel que nada nuevo le decía, se vio interrumpida por el repentino recuerdo de que a pesar de la vehemencia refutadota y apodíctica de aquel hombre respecto a los descubrimientos de Carlos Vitell, en ningún momento de su relato oral esgrimió los argumentos de su refutación; sólo lo hizo de forma incompleta cuando habló de la dinastía gordinflona que pobló la casa de la señora Ernestina desde tiempos coloniales.

Algo faltaba en el relato de aquel jardinero para saber la verdadera causa de la obesidad de los gusanos. Al dar vuelta la tercera página del artículo que ojeaba desidiosamente, encontró lo que su cerebro andaba buscando: la zona prohibida. El contenido de esa maldita zona era lo que faltaba en el testimonio del hombre. Al darse cuenta de esto procedió a leer con mucha detención:

“¡La zona prohibida! ¡Grandes descubrimientos científicos! ¡Yo fui el gran descubridor y de aquí a diez años más o quién sabe por cuanto tiempo, se va mentir sobre la causa de la obesidad de los gusanos!... ¡En la zona prohibida hay un cementerio! En donde la truculenta señora Ernestina tiene enterrada a toda su ingente parentela, incluyendo a su elefantoide marido Efraín. La causa de la obesidad de los gusanos que ese imbécil de Vitell no ha podido descifrar, es que los malditos gusanos se han dado un festín orgánico con los restos de la familia ¡Tan simple como eso! Es cosa de escarbar en una zona del cementerio general en donde hayan enterrado varios obesos y encontrará curas y más curas contra el SIDA. Pero no, claro, como no se han enterado de aquello, tuvieron que inventar una explicación erudita, convincente y difícil de encapsular: el microclima el microhábitat ¡por favor! ¡El descubrimiento científico del siglo, es en verdad el embuste científico del siglo!”

En el escritorio del médico, se leía la siempre ampulosa placa que brillaba con el título de: Dr. Fernando Vitell, médico psiquiatra. El ahora sorprendido doctor, terminó de leer la impactante declaración de aquel hombre; para luego levantar su higiénico celular y marcar el número de su famoso hermano.

-¿Alo? Carlos, ya mandé al manicomio al mirón… y de pasada le saqué la verdad; la explicación que te hacía falta: en esa casa hay una zona aparte en donde existe un cementerio familiar… encuentra esa zona, escruta las tumbas y haz los estudios respectivos para demostrar la verdadera causa de la obesidad…

-Fernando ¿te escuchó alguien? –preguntó Carlos en tono paranoico.

-No

-Procura que nadie te escuche jamás ¿me escuchaste? ¡jamás!...las investigaciones ya están publicadas y nadie se puede enterar de la verdadera causa. La reputación y el dinero se irían a la mierda ¿comprendes?... además que… las verdades y la ética científica son algo tan conversable ¿no crees? Tú mismo… acabas de oficializar la locura de un hombre sano, y la verdad es que está loco; el parte médico está escrito por tu omnipotente pluma de psiquiatra y ningún enfermero te va a discutir su locura… de aquí a diez años más, cuando la comunidad científica nos empiece a rendir cuentas, algo demostraremos; las demostraciones son lo más elevado a lo que podemos llegar, pues la única verdad son esos gusanos que nos esperan a todos; demostraremos algo en forma magistral, y seguiremos pudriéndonos en dinero…

-Comprendo… que irónico ¿no crees? –Dijo Fernando mientras prendía un cigarrillo con parsimonía- Aquellos animalillos que devoran nuestra putrefacta existencia, son los que nos están haciendo pudrirnos en dinero. Aquellos animalillos que nos desintegran ineluctablemente, son los nuevos responsables de la extensión de la vida de cuántos maricones con SIDA.

-Fernando… nosotros los científicos no necesitamos pensar en eso. Para eso tenemos la ciencia ¡La bendita ciencia! que nos permite explicar de la forma más convincente y categórica, aquello que no tiene explicaciones… pero que importa que no haya explicaciones ¡si podemos demostrar lo contrario! En nuestro reducido pero prolífico terreno, podemos demostrarlo todo… lo único que no podemos demostrar, es que las demostraciones realmente demuestren algo. Y eso, es lo menos que necesitamos demostrar y sobre todo, lo menos que necesitan que les demostremos

-Tienes razón hermano. Después de todo, un científico puede ser un técnico del pensamiento o un filósofo con mucha fe; pero a nadie le interesa esa diferencia... a nadie le interesa el principio, sólo los resultados…Voy para allá. No hay nada más que conversar – dijo Fernando y cortó la llamada, mientras aspiraba absorto el humo de su cigarrillo.


5 años después, Carlos recibió el premio Nóbel; 7 años después, el jardinero se volvió loco; y 10 años después, la ciencia quedó agonizante en un accidente muy bien reportado por la prensa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vitell no me entra, quizás por las eles juntas.
Dinámico y sarcástico, o jugaste a tener una bola de cristal, o a modo de globotomía nos embutes subrepticiamente tus deseos y temores. Eres buen deambulante en la vida Lucas, este relato lo confirma.
Solo...cuidado con los hijos de la inspiración. Nos vemos :)

Re dijo...

Me gustó tu cuento.

Tengo preguntas técnicas que no te las voy a hacer por aquí.



Si me baso en lo que escribes, pareces una persona que me dan ganas de conocer.

Lo demás se sabrá en marzo.