lunes, diciembre 08, 2008

El problema del sentido: latencia y presencia, razón suficiente y superación

El planteamiento de la pregunta por el sentido, no ha sido algo propiamente hecho a lo largo de la historia de la filosofía. Las preguntas filosóficas nacen a raíz de grandes problemas que la mente filosófica procura abordar a través de su planteamiento, pero estos problemas nacen a su vez debido a la experimentación de algo que necesita ser preguntado y en lo posible respondido. Todo lo que una época histórica no necesita preguntarse en forma sustancial (ya sea porque no le interese o porque las respuestas sean dadas en formas de mitos, ciencia, religión, etc.), suele pasar de lado a la filosofía; pues ésta se aventura y se ha aventurado siempre en los terrenos en donde falta algo que a la vez se muestra como faltante; aquello que se muestra (llamado de diversas formas a lo largo de la tradición filosófica: naturaleza, logos, ‘lo que es’: tò ón, etc.), necesita ser explicitado por el logos o el dia-logos que mana del filósofo. El hueco que queda cuando aquello que se muestra aún no es explicitado constituye el escenario en donde la tragedia del filosofar se desarrolla; son los terrenos yermos que dejó la despedida del mito y que el logos filosófico, como un Hércules que se enfrenta a una ingente tarea, ha procurado habitar de forma satisfactoria.

Aunque en la antigüedad no se haya planteado la pregunta por el sentido como tal, si se hizo la por el ser y todo lo que lo rodeara. Parménides, con su ser único, inmutable e indivisible; Sócrates con el elemento ético y humano en el centro, buscando dialécticamente las definiciones y los universales; Platón y su teoría de las Ideas, que pone como modelo absoluto para todo lo existente, una realidad Inteligible externa al mundo de los sentidos; Aristóteles, (desglosando toda la filosofía precedente) reconciliando al ser con la realidad sensible y a la vez cotejando con la sabiduría como la ciencia de las más altas causas y principios. El pensamiento antiguo aquí muy resumido, significó un florecimiento enorme en lo que hemos dicho de las preguntas filosóficas: preguntan lo que hace falta preguntar. Los griegos como padres de la filosofía, al ser los provocadores y espectadores de la caída del mito, se encontraron con mucho que se mostraba digno de explicitación a través de la pregunta, y de este modo realizaron un inmenso aporte a la filosofía; por lo cual siempre notamos que el pensamiento ulterior, hace referencia en alguna manera a la filosofía griega. Sin embargo, en esta época histórico-filosófica, no encontramos la pregunta por el sentido planteada como tal.

Con la caída del Imperio Romano de occidente, se inicia la Edad Media y ello trae consigo una serie de consecuencias para la filosofía. El cristianismo se sobrepone a las demás religiones oficiales y paganas para imponer su hegemonía y llevar la palabra de Dios por todo el mundo europeo (y luego al mundo entero). Constituyéndose de esta manera una época teocéntrica, la cual relega los conocimientos en la ortodoxia eclesiástica, incluyendo entre estos conocimientos a la filosofía. Filosofía acorralada al servicio de la religión, al trabajo hermenéutico sobre una verdad ya revelada, ya explicitada, pero un tanto oculta; o a la sistematización de un saber racional de inspiración y fuente griega, pero que necesariamente debe empalmar con la verdad revelada. Este último servicio que presta la actividad filosófica medieval revive la doctrina de Platón en el neoplatonismo, Plotino y San Agustín; y la de Aristóteles en la escolástica, siendo su principal representante Santo Tomás de Aquino. En todos estos intentos eclécticos que devuelven al hombre a un pensamiento no puramente racional, no hallamos por ninguna parte la pregunta por el sentido planteada con propiedad.

La época moderna comienza a despuntar en el Renacimiento, en donde el pensamiento se vuelve antropocéntrico con pensadores como Maquiavelo, y el tema político se aborda con una vitalidad que no habría sido posible en la edad media; sin embargo, no es hasta Descartes cuando se establecen los cimientos del pensamiento, el hombre y la actitud moderna. Con él, todo lo anterior es desechado y se comienza a pensar de nuevo; es aquí donde la autoafirmación del sujeto prepondera por encima de cualquier dogma, revelación u orden preestablecido. No obstante, en Descartes tampoco hallamos la pregunta por el sentido hecha como tal.

¿A que se debe esta ausencia de la pregunta por el sentido en la vasta historia del pensamiento filosófico desde la antigüedad hasta Descartes? ¿Es acaso una deliberada negligencia o más bien se debe a algo que está presente antes de todo filosofar? Habíamos dicho que la filosofía se pregunta por aquello que hace falta preguntar, pero que a la vez se muestra como faltante. En este breve recorrido por la historia de la filosofía, encontramos que cada uno de los terrenos abordados han sido terrenos que se han necesitado abordar, debido a la ausencia primigenia o a la caída de lo precedente.

La razón por la cual el sentido no ha sido problematizado, resulta ser precisamente la presencia inmanente de éste en todas las épocas dichas. Con la caída del mito, el sentido no comenzó a hacer falta; y lo que haya hecho falta de aquel, fue completado indirectamente a través de las otras problemáticas filosóficas más urgentes: en la fusij estuvo solapado el sentido, en la idea lo estuvo y en la ousia también lo estuvo. Con la caída del orden político dado por el imperio romano y el simultáneo auge del cristianismo, quedó mucho terreno vacío, y la religión justificada por un pensamiento filosófico-teológico, se encargó de llenarlos; no obstante, el sentido en este tránsito no figuró como algo perdido y si algo se perdió, estuvo también solapadamente recuperado a través de la religión. Incluso en la época arcaica podemos notar –desde los plateamientos de Mircea Eliade- que el sentido se hacía presente en arquetipos que poseían el sentido; y en la repetición de los rituales y costumbres dados por estos arquetipos, el hombre arcaico se hallaba imbuido en el sentido. Por lo tanto, si la pregunta por el sentido no fue algo propiamente abordado, se debe a que éste se ha hallado presente y sin dificultades en todo el pensamiento antiguo, y no sólo en el pensamiento, sino que a atravesado existencialmente todos los aspectos en donde hallamos esfuerzos humanos. Si analizamos más detenidamente este hecho, notamos que el sentido fue algo tan incuestionadamente presente, que incluso la filosofía misma se constituyó como una fuente de sentido, como un eros que pretende alcanzar lo más preciado para el hombre. Un claro ejemplo de esto es Sócrates, el cual encontró una fuente de sentido tan relevante en el vivir filosóficamente; que fue capaz de morir debido a la intransigencia de sus principios. Sin embargo, esta tan incuestionada presencia del sentido, provocó que el filosofar mismo no se dedicara a su problematización.

A pesar de que el sentido se ha dado de esta forma y ha sido algo inmanente al hombre y a su historia, en independencia de la filosofía e incluso del pensamiento en general, el planteamiento del problema del sentido deja de ser algo pospuesto como tal a partir de Leibniz con su “principio de razón suficiente”. El cuál dice: Nihil est sine ratione. “Nada es sin fundamento” ¿pero en que se diferencia este principio, de las formas indirectas de abordar el sentido en la época arcaica, antigua y medieval? Pues precisamente en que el principio de razón suficiente como proposición del fundamento, versa directamente sobre el fundamento de los entes. Nada es sin fundamento, todo lo que “es” posee fundamento. En esta forma de proponer, el sentido ya no va solapado en arquetipos ni dioses ni metafísica clásica, sino que viene dicho como fundamento. Pero para entender la relación que tiene “el fundamento” con el problema del sentido, hay que tener en cuenta que la época moderna, se perfila desde Descartes como una nueva actitud humana, en donde el emplazamiento de los objetos frente al sujeto -en tanto objetos emplazables y sujetos capaces de emplazar efectiva y suficientemente a los objetos- es el pilar de aquella nueva forma de ver el mundo. Es por esto que no resulta difícil comprender como la noción general y extensa de sentido pudo reducirse al fundamento de los entes y a los entes como objetos. Pero ahora, fuera del intento de comprensión histórica de esta reducción, nace una pregunta crítica ¿debe el problema del sentido reducirse a esta proposición? Antes de abordar esta pregunta como tal, hay que profundizar un poco más en el principio de Leibniz.

El principio de razón suficiente se constituye en un primer estadio como principio ontológico, el cual rige la realidad misma de los objetos en independencia del sujeto. “Lo que allá afuera es, posee en todos los casos una razón de ser: nada es sin fundamento”. Sin embargo, esta razón de ser queda delimitada en sus características. Es ante todo una “razón suficiente”, es decir, algo que fundamenta suficientemente las cosas que son, y esta “suficiencia”, para la mentalidad moderna ronda en torno a lo razonable, a aquello que satisfactoriamente (ya sea lógica y/o empíricamente) da cuenta de los entes. No obstante, este “dar cuenta” no lo realiza la realidad misma; es el sujeto el que tiene que efectuar la operación racional de dar cuenta del fundamento de los objetos. Por esto es que el principio de razón suficiente también tiene un estadio epistemológico. Es principium redenddae rationis. Rationem reddere significa: volver a dar el fundamento. Es así que el sujeto vuelve a dar cuenta verdaderamente de aquello que ya de por sí, fundamenta a los entes.

Este estadio epistemológico pareciera darse secundariamente y sin intervenir en el ontológico, pero la modernidad cartesiana lleva la auto-afirmación del sujeto hasta el punto de transgredir el primer estadio. De esto resulta que aquello de lo cual un sujeto de pensar riguroso no puede dar cuenta racionalmente, queda desmerecido de status ontológico y se llega a desconocer su objetividad. El principio de razón suficiente es principium reddendae rationis, no como accesorio secundario del nihil est sine ratione, sino como el criterio mismo para que el fundamento que se vuelve a dar sea fundamento de una realidad efectiva.

Hasta estos dos estadios llega el principio de razón suficiente en la modernidad, y hasta estos dos estadios llega su “homologación” con el problema del sentido. Pero este principio en modo alguno, llega hasta el sólo planteamiento filosófico. La decantación imperceptible de este principio, va a ser parte esencial de la actitud del hombre moderno. Un hombre calculador que busca abarcar progresivamente cada uno de los entes. Esta ambición se va a ver cumplida en el desarrollo de la ciencia moderna, la cual a través del preguntar los “porqués” los “cómo” y los “cuándo” de los entes particulares, de los objetos científicos, va a cumplir con el deseo de abarcarlos suficientemente. Y será la técnica la que se encargará de llevar los alcances de la ciencia, a la humanidad tecnocrática; que a través de la tecnología dará forma y estabilidad al dominio que pretende ejercer sobre los entes; puesto que la ciencia entendida desde los efectos que desencadenó la aplicación en todo ámbito del principio de razón suficiente, es antes que un saber, un dominio.

¿Pero hasta que punto este despliegue llega a constituirse como sentido?

En un cuento de Kafka llamado “la obra”, un topo narra en primera persona el desarrollo de una magnífica y perfecta fortaleza subterránea construida por él mismo. Su accionar técnico y prolijo lo ha llevado –gracias a la constante calculación de las funcionalidades, conexiones y peligros de los túneles que va a construir- a la realización satisfactoria de la obra. El cuento hasta este punto parece una alegoría del principio de razón suficiente. Nada de lo que el topo construye carece de fundamento racional: Nihil est sine ratione. Sin embargo, el desarrollo del cuento nos empieza a mostrar que el topo se halla en una situación de constante angustia a causa de los cuestionamientos suficientes que la obra en su esplendor máximo, le va exigiendo cuestionar: “¿qué pasa si entra un invasor? ¿Debo poner un guardia? ¿Debo cerrar algunas salidas?”. El topo, a pesar de haber llevado al esplendor su obra, se encuentra en plena realización, en plena marcha, construyendo una obra con la que no ha hallado verdadero sentido; si en algún momento el topo halló sentido en la construcción de la obra, ese sentido se transforma en la angustia y el agobio que ocasiona convertirse en un esclavo del principio de razón suficiente. “la relación entre el ingente trabajo y la seguridad real, al menos hasta donde soy capaz de percibirla y de beneficiarme de ella, no sería favorable para mí” ¿por qué no es favorable para él? Pues porque esta ingente labor ha perdido el sentido, quedando tan sólo razones suficientes para decidir entre construir un túnel más o no, entre poner un guardia o no, entre hacer una cosa u otra, pero careciendo del sentido que tendría que tener hacer la obra.

Ahora ya cabe hacerse la pregunta ¿debe el problema del sentido ser reducido al principio de razón suficiente? El ejemplo del topo –el cual es una alegoría del hombre contemporáneo abrumado en la cúspide de los triunfos de la modernidad- demuestra que el sentido no puede ser reducido a este principio: pues justo donde acaba el estadio ontológico-epistemológico del principium rationis sufficientis, se halla la carencia de un tercer estadio. El estadio existencial. El principio de razón suficiente en su incesante obsesión de dominar los entes particulares, mediante una razón que sea capz de responder los “porqués” los “cómo” y los “cuándo” de aquellos entes, deja de lado este tercer estadio en el cual la existencia misma (con toda la actividad, el hacer y el decidir que implica existir) es justificada más allá de una fundamentación de los entes, en donde el sentido mismo nos atraviesa y nos nutre más de los límites racionales del principium. Es por todo esto que el sentido no halla hogar en un principo como el principio de razón suficiente. La historia nos permite afierma que las consecuencias humanas del máximo despliegue del principio, se han constituido como las principales fuentes de sin-sentido: las guerras mundiales, los daños de la ciencia y la técnica; túneles que se van desplomando a medida que la obra se agiganta ¿cómo se supera el principio, ahora que nos damos cuenta que su ramificación voraz acaba por despojar de sentido a aquello en lo que se instala?

Filosóficamente, el principium rationis sufficientis ha sido superado. Según Jaspers, es con Nietzsche que se impone la auto-producción del hombre como instancia para hacerse cargo del sentido, dejando éste de ser algo dado ontológicamente y racionalmente limitado. Es con Kierkegaard que no se busca definir al hombre por género y diferencia específica, haciéndose más bien hincapié en el hombre de “carne y hueso”, que existe, sufre, se angustia, está destinado a morir y debe vivir con el peso de todo aquello. Y es con Heidegger y Jasper que todo esto es reunido, situando al hombre en la existencia que debe proyectar su propio verdadero sentido, a la vez que se hace cargo y asume todas las condiciones existenciales que lo limitan. Esta superación, desecha en un principio la idea estática del sentido que lo concibe como algo universalmente dado, y la reemplaza por la proposición dinámica del sentido como algo que el “hombre existente” debe buscar y hallar por sí mismo

Pero a diferencia del principio de razón suficiente, la superación filosófica de éste, no ha decantado en la actitud de una nueva humanidad. Hoy en día vemos a los mismos hombres abrumados en la vorágine de la técnica, en la permanente interpelación-exigencia que el viejo principio de razón suficiente sigue provocando en la humanidad; vemos a topos que en la cúspide de la gran obra, hallan el sin-sentido morboso del inmenso absurdo que los rodea ¿será que la razón suficiente llegó para instalarse hasta que el inmenso cáncer tecnocrático, termine por destruir por completo el sentido y la espiritualidad?

Las propuestas están hechas. Diversas teorías del sentido se perfilan indicando los rumbos que pueden superar el dominio del principium rationis sufficientis. Con Heidegger se apunta al Ser, de manera que el sentido es experimentado en un saber de éste, que permite al hombre sostenerse en la existencia y en la manifestación de los entes. Con Deleuze el acontecimiento es visto como una instancia que quiebra el buen sentido, mediante la aparición de un objeto paradójico en el entrecruzamiento de cadenas causales, el cual en su sin-sentido se ofrece como peculiar fuente de sentido. Con Weischedel se apunta a un “cómo-sí” Dios existeria, el cual desde su posición originaria y última, fundamenta a todo lo que en la cadena de sentido le sigue. Sin embargo, las teorías son sólo indicaciones y las indicaciones sólo indican a aquello por lo cual se esmeran en indicar. Es labor del hombre y sólo del hombre, el juzgar si el sentido está siendo indicado por alguna de sus teorizaciones y hacerse cargo de una vez por todas del problema del sentido.

2 comentarios:

arbora dijo...

TEAMOPUPUYUCU
Te escribo, aunque nadie te haya posteado porque yo sí leí este ensayo y encuentro que está increíble. Ojalá puedas hablar con la flisfich, a todo esto se me olvidó decirte que tengo su mail, para que exista la posibilidad de la publicación...
teamomásqueanadieguaguahermosadetodoeluniversoereslomejorquemehapasadoentodalavidateamo

Anónimo dijo...

Buenísimo!

Hace mucho tiempo que no pasaba a leer; estate bien.